19.11.08

Tanatofobia

Levedad. Imagen digital de Víctor Sáez.


De verdad, siento meterme en este jardín por lo que ello pueda herir la sensibilidad moral o existencial de algún dudante (neologismo de cosecha propia que significa: “el que duda de manera activa”). Porque el que no duda, el que está seguro de todo, el dogmático, el creyente fiel, el que lo tiene claro, ese no sufrirá con mis reflexiones.

Julián Barnes es un escritor británico con casi 20 novelas y ensayos en su haber que vive en Londres por y para la literatura. Es hermano del filósofo Jonathan Barnes, y su última novela, Arthur & George, fue publicada en julio de 2005. Barnes, en una reciente entrevista realizada por The New York Times, se manifiesta en torno la muerte y a la importancia de la idea de la muerte en la vida de los humanos de una manera que podía perfectamente haber sido suscrita por mi. Me ha regocijado interiormente observar como alguien, tan ajeno a mi persona, exponía conceptos que coinciden de manera prácticamente exacta con pensamientos que albergo en mi mente desde hace años.

Barnes, como yo, padece tanatofobia. Consiste en profesar un miedo persistente, anormal e injustificado a la muerte, pensando en ella diariamente de manera que su existencia (la de la muerte) está omnipresente en nuestras vida (la de él y la mía, por lo pronto).

Barnes, como yo, opina que la religión cristiana, y por extensión todas las religiones, son unas bellas mentiras, unas tragicomedias con final feliz.
Aquél que cree en la salvación de la vida eterna tiene el camino de la vida efímero mucho mejor abonado, más llano, más fácil, que el nihilista que se enfrenta a la Nada. Por ello, digo yo, ser ético, solidario, honrado siendo ateo o agnóstico tiene el valor de quien maneja su relación con los demás por el valor de los demás mismos, no en base a creencias, dictámenes, miedos y normas impuestas por la Iglesia.

Y hablando de Iglesia, él piensa, como yo, que, sin embargo, las religiones –y en particular la católica- ha hecho tanto mal a la sociedad con sus montajes grandielocuentes ajenos a las necesidades reales del hombre que el hombre ahora ofrece culto a becerros más mundanos, como la cultura consumista, el sexo, la estética y el trabajo.

La tanatofobia genera en quien la sufre un desasosiego difícil de erradicar. El inexorable camino hacia la nada, hacia la negación del ser ‘por los siglos de los siglos’, eternamente, lejos de ofrecer la paz que pudiera suponer estar ajeno a sufrimientos, genera sensaciones de la inexistencia del “yo”, esto es, la percepción de que nuestro “yo” existe solo porque pensamos en él. Algunos argumentan que viviremos por siempre en el recuerdo de lo demás… flaco argumento de quien no es capaz de recordar el nombre ni siquiera del abuelo de su abuelo.

Perder la identidad, he ahí el problema. La teoría panteísta que proclama el siguiente silogismo: “El Universo es infinito, Dios es infinito, luego el Universo es Dios” tampoco me sirve. Supongamos que mi ‘alma’, convertida en energía (“la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”) se diluye en el éter cósmico pasando a formar parte del todo del que todos venimos. Sí, pero…¿y mi “yo”? ¿Dónde estoy yo, con mi identidad, con nombre y apellidos? Ah… me tacharán de egoísta, de pensar sólo en mi. No estamos ahora valorando mi forma de ser, sino buscando la vida propia tras la muerte.

Hay amigos que me hablan de la reencarnación. Y les digo: si no me reencarno en mi mismo, con mis vivencias conocidas, con mis recuerdos… ¿para qué me sirve reencarnarme?

Ante todo este negro panorama…¿qué actitud hay que tomar en la vida? Barnes dice que solo encuentra consuelo en la Ciencia. En aprender y comprender que cada momento que pasa es un momento hacia la muerte, que todo muere, todo acaba, que el hombre acabará y volverán nuevas ‘humanidades’ que no conocerán ni sabrán nunca de la nuestra, que este blog será una cagadita de mosca en una carta de navegación cósmica, que somos solo neuronas evolucionadas, animales bípedos cuya evolución les ofreció la terrible posibilidad de pensar y ser conscientes de sí mismos. La postura a mantener, mientras vivimos, será, pues, no considerarnos ajenos al universo al que pertenecemos, en asumir que somos fruto
de una cadena genética que nos preforma, en comprender que nuestra alma está en el cerebro (¿verdad, Punset?) y en, por todo ello, ofrecernos a los demás por la pura satisfacción de hacer lo que nuestra conciencia –humana, evolucionada conciencia- nos dicte.
Si somos capaces de, a pesar del negro fin, amar, reír, disfrutar, trabajar y actuar sin hacer daño a nadie… sólo por eso la vida habrá tenido un sentido. Pero.. no busquemos más allá.

3 comentarios:

fonsilleda dijo...

¡Puff!, me ha encantado esta entrada tuya. Pero no creo que pueda contestar/argumentar/contar/decir todo lo que me inspira y me gustaría exponer.
Así que, después de una segunda lectura que haré con más calma (ahora estoy al mismo tiempo con el mess. y tal), quizá me arriesgue y diga algo.
No soy muy tanatofóbica, aunque creo que todos lo somos un poco ¿no?
Lo dicho, volveré.

Melba Reyes A. dijo...

No sufras "un miedo persistente, anormal e injustificado a la muerte, pensando en ella diariamente de manera que su existencia...", vive el AHORA. Sufrir mil veces la muerte es morir mil veces.

Salud♥s

Anónimo dijo...

Me siento demasiado identificada, ahora parte de Barnes, sé de otra persona que piensa igual que yo. Lamentablemente, no sé cómo conseguir el libro de Barnes, vivo en Chile y es poco conocido =(
Saludos