16.11.08

Muerto de amor


Imagen digital de Factoría Pláxtica


Bogart la miró fijamente. A ella le resultó extremadamente difícil sostener la mirada de un hombre así. Mucho mayor que ella, seguro de sí mismo, atractivo… Mucho más de lo que solicitaba al mundo para ser feliz, quizá demasiado para ella. Tan demasiado, que se conformaba con un hombre más joven, más inexperto, con menos tics de esos que la vida te endosa a base de años.

Él, cuya seguridad solo era una fachada, un argumento, una irrealidad, por dentro se moría de amor. Volvía a vivir sus pasiones juveniles y ella lo rejuvenecía y le hacía llegar al éxtasis. Pero sabía que ella no le amaba. Solo estaba fascinada. Por eso, en la soledad de su apartamento de Broadway, le escribió este poema.

¿Que acaso me olvide de ti… temes tú?
¿Olvidarme, quizá, de las estrellas?
¿Puedo olvidarme del sol y de la luz?
¿Cosas que amo, olvidarme de ellas?

Mucho tendrías que odiarme, y aún así,
ciego de tu pasión sería teñido,
y aunque no me quisieras, mis sentidos
volverían, sin remedio, hacia ti.

Hoy los Dioses del Tiempo se han vengado
ofreciéndome miel envenenada:
tu juventud, tu luz, tu voz, tus labios…

Dejarme envenenar es lo que quiero,
tenerte así feliz y ensimismada
por siempre, para siempre, ajeno al tiempo.

Su amor duró solo unos meses. Ella conoció a un broker de Wall Street que la colmó de lujos y no necesitaba Viagra para elevarla al último cielo. Él... siguió haciendo películas y un día el destino le hizo conocer a Laureen Bacall, que, a pesar de su juventud, le amó para siempre.

1 comentario:

fonsilleda dijo...

He pasado a leer tus comentarios y a dejarte mi recuerdo.
La fascinación por tal hombre, creo que fue compartida por miles de mujeres en todo el mundo.
Curioso.