27.1.09

Las Meninas

Versión de Las Meninas de la Factoría Pláxtica


Se había encaprichado mi sobrino en ver de nuevo Las Meninas. Ni recuerdo la de veces que habíamos acudido los dos a contemplar esa obra espléndida de Velázquez, quizá el más emblemático y conocido de sus trabajos. Mi sobrino Julio tenía una especial predilección por él y a pesar de su corta edad gustaba de deleitarse en su contemplación, y admiraba, cada día con mejor conocimiento, su estructura, su composición y la maestría de las pinceladas. Julito quería ser pintor, era el sueño de su corta vida, y ya con ocho años tomaba clases de pintura en la academia de un amigo de su padre, mi hermano.

Entramos en el Prado por enésima vez y tras el cruce de pasillos que conducen a la sala se podía apreciar en su mirada la excitación presente ante la inminente llegada frente al cuadro. Julio se había empapado de toda la literatura que sobre Las Meninas se había publicado, todas las teorías que se habían enunciado sobre esa obra tan magnífica. Teorías sobre qué cuadro en realidad estaba pintando Velázquez, qué pintura cubría el lienzo que él tenía delante y otras sobre quién visitaba la sala en el momento de la instantánea, si la corte de niños a los reyes o los reyes al grupo de infantes juguetones . Pero lo que más intrigaba a Julito eran los personajes, su cualidad, su personalidad, su vida propia. Se conocía al dedillo el nombre, cargo y ocupación de cada uno de ellos, desde Nicolasito Pertusato, niño como él, cuasi maltratador de perros, hasta el prelado Ruiz Azcona, semioculto entre el sfumato de la enorme sala donde se desarrolla la acción.

Esa tarde observé que Julito se acercaba, en la medida en que los guardas y el cordón de maroma vestido de terciopelo grana lo permitían, demasiado a una de las zonas del cuadro, exactamente la parte en la que reinaba la enana hidrocéfala Mari Bárbola. Allí, tras el perro, como mirando a la cámara de quien tomara la célebre instantánea, la menina se mostraba ante el mundo arrogante y segura, impávida ante la visita regia, como diciendo “aquí mando yo”. Julito no hacía más que mirarla, de lado, de frente, de un perfil imposible ante la bidimensión del lienzo. Buscaba no sé qué misterio en la mano de Mari, no sé qué explicación al contenido de la bolsa de piel que sostenía con la mano izquierda. “Ahí está el veneno”, espetó muy seguro. -¿Qué veneno, Julito? pregunté extrañado. “El veneno que mató a Velázquez”.

Julio, mi sobrino, tenía doce años. Llevaba dando clases de pintura desde los ocho y durante todo ese tiempo había estudiado la técnica de las luces y las sombras, el dibujo, el color y las texturas. Pero además, Julito sentía pasión por las intrigas y los cómics de novela negra, los detectives, los policías y los superhéroes. Sabía mi sobrino que Diego Velázquez murió de Terciana sincopal minuta sutil o, lo que es lo mismo, de intoxicación por alimentos en mal estado o por veneno, aunque si no hubiera sido por eso podría haber sido simplemente por el propio nombre de la enfermedad, que era, de por sí, como para matar del susto a cualquiera. Nadie nunca reparó en el origen exacto del producto asesino, simplemente los médicos de Felipe IV diagnosticaron la enfermedad un 31 de julio y un 6 de agosto Velázquez murió. Julito tenía su teoría, su propia teoría sobre la muerte del pintor; no era capaz de aceptar que su maestro muriese por causas naturales. Mi sobrino aseguraba que alguna relación había de existir entre Mari Bárbola y el pintor, y que fue ella, con el veneno que guardaba en la bolsa de piel que sujetaba en Las Meninas, quien envenenó al maestro en la cocina de palacio. Dice Julito de nunca perdonó la Bárbola a Velázquez que, ante el rey, le espetara: “Quédate quieta, enana de mierda”. Y se vengó.

3 comentarios:

fonsilleda dijo...

Si ya me gustaba poco el cuadro de "Las Meninas" (de tu sobrino o de Velázquez, me da igual), ahora tendré que mirarlas de nuevo con los ojos de él.
Todavía recuerdo una vez que, el cuadro ocupaba toda una pared entre dos salas inmensas..., allí, al cruzar te lo topabas, no sabiendo si aquello era sala o pintura. Ya no está así, supongo que era, entre otras cosas, peligroso.
Me ha gustado vuestra interpretación, la del cuadro.

Internautilus dijo...

Gracias, Fonsi. A mi me ha encantado la sutil manera de decirme que esta entrada...bueno, que ni fu ni fa..jejeje. Como sabes, siempre me gustan tus comentarios y los valoro mucho, ya lo sabes.
Un abrazo,
V.

Melba Reyes A. dijo...

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Hola, Víctor, me gusta tu historia bien hilvanada y muy a tono con las intrigas palaciegas que solían ocurrir.

♥♥♥