19.1.09

La lápida de Dora

Imagen bajada de internet


No habíamos llegado ni siquiera al portal cuando ella quiso que la besara. A mi esa mujer me atraía, pero no suelo ir besando a chicas que acabo de conocer. No sé, yo soy muy mío para esas cosas, y no voy repartiendo besos a diestro y siniestro sin un conocimiento previo de la persona. Pareceré pacato, pero así es. Además, las condiciones en que la conocí tampoco eran muy normales, quiero decir, que no eran las habituales en las que un hombre y una mujer se conocen. Del típico “¿tienes fuego?” o aquél “tienes el bolso abierto, ten cuidado, hay mucho ratero por aquí” a éste “Mira, tienes mucho tipos de lápidas. Dime qué idea tienes y te aconsejaré” había un abismo.

Todo ocurrió la tarde en que tuve que elegir, en un marmolista junto al cementerio, el tipo de lápida que habría que ponerle al nicho de Dora. Dora fue la tata que nos cuidó de pequeños, que vivió en la casa desde que teníamos uso de razón mi hermano y yo, la persona que incluso sobrevivió a nuestros padres. Vivía, casi con 90 años, en la casa de ellos, porque dónde iba a ir la pobre mujer tras la muerte de papá y mamá.

A mi siempre me dio un cierto repelús esa mujer, a la que, confieso, nunca llegué a apreciar tanto como lo hizo mi hermano. Siempre me tachó de huraño para con ella, pero la verdad es que nunca pude soportar la mirada vítrea, sin expresión, de su ojo derecho. Perdió el ojo en circunstancias nunca aclaradas, de joven, y eso, según contaba, le impidió dedicarse a tareas más altas, obligándola a cuidar niños como nosotros. Años más tarde, un joyero conocido le talló un ojo de cristal de roca perfectamente pulido y con un iris de color parecido al castaño de su ojo sano. En la parte trasera de la esfera, justo donde se supone que conectaba con el nervio óptico, el joyero grabó las iniciales D. F. V., Dora Fernández Vázquez, como si fuera un marchamo de identidad. Dora, especialmente conmigo tenía una guerra abierta porque yo siempre me negaba a besarla. Dije repelús, pero quería decir asco. Y eso le molestaba sobremanera.

La mujer del lapidario tenía una mirada parecida. Era hermosa, entrada en carnes pero no lo que llamamos gruesa. Dicharachera, se diría que le gustaba flirtear con todo aquel que pudiera ofrecerle un poco de cariño, tan falto de él parecía estar. El marmolista, su marido, hacía tiempo que lo más enhiesto que tenía era el cincel con el que tallaba "D.O.M." y otros acrónimos latinos; se ve que la gelidez de la piedra de mármol se le hubiera traspasado al cuerpo y al alma.

Como quiera que, una vez encargada la lápida debía dar una señal para que se iniciase el trabajo, le ofrecí a la mujer acercarme a casa por dinero para hacerle la entrega, ya que no vivía excesivamente lejos del camposanto. Ella, en un arrebato de lujuria contenida se ofreció a acompañarme a casa para recibir el pago, a lo que, azorado, no pude negarme, no sin quitar la mirada del marmolista, que blandía la machota en su mano diestra, por ver su reacción a la propuesta, no fuera a suponer lo que yo no quería pero ella sí.

Gran zalamera, durante todo el paseo estuvo la mujer arrimándose a mi y lanzándome indirectas de gran sensualidad que mi cortedad y mi timidez no acertaban a responder. Fue cuando llegamos cerca del portal de mi casa que quiso besarme. Yo no sabía donde meterme, y al final, ya bastante excitado, le cogí de una mano y entramos en el portal. Se abalanzó sobre mí, de tal mala manera, que todas sus carnes tropezaron con la esquina de los buzones y cayó redonda al suelo. A la par, se oyó un tintineo sobre el mármol del descansillo, y algo parecido a una canica botó una y otra vez hasta pararse junto a la puerta del ascensor. Me quedé turbado, atónito, la miré y la ví tapándose la cara con las manos. No sé porqué preferí acercarme a recoger la bola de cristal antes que ayudarla a ella. Al levantarla, comprobé que se trataba de un ojo, un ojo de color marrón en cuya parte de atrás estaban grabadas las iniciales D.F.V. Inmediatamente volví la cara hacía la mujer, pero… en el portal ya no había nadie.

4 comentarios:

Melba Reyes A. dijo...

Querido Víctor, me ha encantado esta historia. Interesante desenlace.

Salud♥s

Caminante dijo...

Internautilius, del agrado casi costumbrista de tu relato al mayor de los estupores casi al final, llegando en la siguiente linea a ese atisbo sobrenatural.

fonsilleda dijo...

Estupendo y sorpresivo relato. Más cuando me trae algún recuerdo, que no cito porque quizá me sirva en algún momento.
Dejo mi visita ¿lapidaria?

Carlos Bentabol dijo...

EL OJO DE CRISTAL LO PERSIGUÓ HASTA EL FINAL, NO IMPORTANDO QUIEN FUESE EL HUESPED, HAY QUE TENER CUIDADO CON ESTAS COSAS ... OBJETOS CON VIDA PROPIA....