28.1.09

El cura

Fotografía de M. Cascales

Era lunes, y la tarde se presentaba lluviosa y fría, así que la perspectiva de salir a la calle con ese tiempo se me hacía penosa y cuesta arriba. No me apetecía moverme del sillón en el que disfrutaba de una agradable lectura, pero lo cierto es que tenía una cita ineludible con el sacerdote que habría de oficiar mi funeral, y no quería que pensara que era un maleducado o un insensible, después de que el hombre se había ofrecido de manera desinteresada.

Así que, con gran pereza, dejé la lectura cuando calculé que era la hora adecuada, me vestí de calle, abandonando esas zapatillas a cuadros que me regaló mamá y me dispuse a salir en busca del cura. ¿Porqué no ir en zapatillas, con lo cómodo que estoy? Recuerdo que el poeta Hierro no acudió a recoger un premio porque ¡tenía que quitárselas para salir de casa! Pero yo no era José Hierro ni me iban a dar ningún premio, muy al contrario, lo que esperaba de ese hombre con el que me había citado seguro que eran reproches y consideraciones morales, pero yo no estaba por la labor de aguantar demasiado recriminaciones de la Iglesia; si había aceptado acudir a su llamado era porque se me ofreció a oficiar un funeral laico, sin sotana y sin alusiones a Dios, únicamente con conceptos éticos y de moralidad universal, sin referencias teológicas a lo divino.

Mi amigo Juan, que me lo había presentado meses atrás, me aseguró que era un sacerdote atípico. Lleno de dudas y de lecturas, se había afianzado en su profesión de pastor de almas como única manera de sobrevivir a una vida entregada a los demás ‘por amor la hombre’, no por ‘amor de Dios’, al que, decía, representaba pero nunca llegó a conocer en su versión más íntima, es decir, en su interior.

Dice mi amigo que este cura sufría lo indecible cada día intentando dar sentido a unas misas que, obligado a dar, le parecían liturgias sin justificación trascendente. Alejado de la idea de dejar los hábitos –realmente el único paso adelante razonable dada su situación, pensaba yo-, se instalaba en una desesperanza tal que, como el homosexual encerrado en el cuerpo de otro sexo, se sentía prisionero de un razonamiento que lo alejaba de Dios, pero que, a la vez, lo acercaba a los hombres, a lo que él llamaba ‘el prójimo’, tan necesitado y tan débil.

Bien pensado, él no tenía que reprocharme nada, pensé. Muy al contrario, como mucho reprocharse a sí mismo, por vivir una condición en la que no cree. Y si lo que pretende es hacerme disuadir de la idea del suicidio, no lo permitiré, me decía a mi mismo mientras caminaba hacia su parroquia bajo un cielo amenazante, gris y helado. Acaso intentará razonar, ya que no invocar a Dios, para hacerme cambiar de idea, pero yo lo tenía todo muy bien meditado. La forma, el medio, el cuándo y el cómo. Sería el viernes, a media tarde. Lo tengo todo atado y bien atado, valga, pues, la redundancia.

Llamé al timbre de lo que parecía la entrada a la sacristía de la parroquia. Me abrió él, vestido de gris, con un jersei de esos que usan los curas para no ir vestidos de curas pero para que todos sepan que lo son. Él era un cura atípico, es verdad, pero cuidaba las formas que lo hacía reconocible entre los parroquianos.

-Siéntate, por favor.

-Gracias. He venido porque Juan me ha dicho que querías hablarme de un ofrecimiento.

-¿Qué te ha dicho exactamente?

-Pues nada, que sabías que tenía pensado suicidarme y que querías hacer un responso laico, ya que conoces mi ateísmo y mi iconoclasia pertinaz. Y he venido a ver qué me ofreces, en realidad. Ya sabes que yo abomino de la Iglesia, de las iglesias en general, y que la idea de Dios no está entre el catálogo de ideas de mis pensamientos.

-Éste Juan nunca se entera de nada, dijo con una media sonrisa que me sorprendió. No, no es así en realidad, es todo lo contrario.

-Ya sabía yo que de alguna manera pretenderías quitarme la idea de la cabeza, que querrías disuadirme de mis intenciones, pero lo entiendo. Es tu trabajo y en cierto modo tu obligación, pero yo…

-Calla, calla, no es nada de eso, me interrumpió. Se trata de lo siguiente: verás, yo no puedo vivir más así. Estoy en una contínua contradicción, en un sinvivir que no puedo soportar. Juan ya te habrá comentado algo, si no lo ha tergiversado como suele. A veces he pensado que debería colgar la sotana y dedicarme a lo que me gusta, ayudar a los demás, meterme en una ONG, o algo así, pero no puedo. Me siento incapaz de traicionar el mensaje que durante tanto tiempo he dado a los demás, desde mi figura de representante de Cristo, porque como tal me ven y me siguen. No sé si sabes que tengo una de las feligresías más importantes de la ciudad; son, para el obispado, los creyentes más colaboradores de las parroquias de aquí, los más influyentes, los más asistentes, la mejor comunidad católica del municipio. Mi labor como pastor está reconocida entre mis superiores, y si no me han trasladado a misiones más importantes dentro de la Iglesia ha sido por mi permanente negativa a aceptarlos, bajo la excusa –por otro lado bastante real- de que quería estar cerca de la gente, a pie de calle. Por eso no puedo abandonar la sotana, serían muchas las personas a las que defraudaría.

-Entonces…¿de qué se trata, exactamente?

-Verás… sé de tu capacidad intelectual, he leído alguna de tus obras y tus razonamientos me parecen lógicos e incluso atrayentes. Y me gustaría que tú dijeras unas palabras en mi entierro. No permitiré que lo haga ningún colega, ni el obispo, que seguro que se ofrece. Quisiera que fueras tú, que basaras tu predicamento en lo que ha sido mi vida dedicado a los demás y a la ética que siempre, en realidad, movió mi motor solidario. Tú, ateo, no hablarás de Dios, sino de los hombres y del porqué vivir para los hombres. Necesito que me hagas ese favor y tenerlo todo preparado. Me suicido el viernes.

Entendí todo perfectamente. Le apoyé en su decisión y le prometí que haría lo que me pedía. Pero me fastidió bastante, mucho diría yo, tener que aplazar mi proyecto por culpa de un cura.

6 comentarios:

Melba Reyes A. dijo...

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Querido Vítor, entretenida historia.

Salud♥s

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fonsilleda dijo...

Antes de leer, ya voy a comentar. No sé de que va el texto, sólo sé que hace unos días he colgado uno sobre otro cura.

fonsilleda dijo...

Bueno, ¡menos mal!, el mío pretende arrancar una sonrisa, que no sé si consigue, mientras que la ironía del tuyo lo hace importante, es como si lo elevara encerrando verdades y tiempos.
Bicos.

Caminante dijo...

Sencillamente: Qué bueno! qué bien escrito, qué a gusto que lo he leido...

Anónimo dijo...

Ademas de verda!Esta vida es un sinsentido.Pero al fin y al cabo es lo unico que tenemos.Que cobardes son el curita y el ateo no?
Maricones!
ja ja

Carlos Bentabol dijo...

MUCHA LA HABILIDAD DE LOS DOS INTERLOCUTORES, Y MUCHO MÁS LA DEL AUTOR...