21.1.09

Dulce despertar

Imagen bajada de internet

Sonó, como cada día de esos que llaman ‘hábiles’ (como si los sábados y festivos fueran días inútiles e ineptos dignos de ser sacados del calendario) el despertador a las cinco y treinta y cinco de la mañana. Hiciera frío o calor, nevara o estuviera amaneciendo, esa era la hora que marcaba para él el comienzo de la jornada.

Cada día, al oír el desagradable soniquete, abría los ojos y se preguntaba dónde estaba. Nada más absurdo, pensaba después, pero en ese momento parecía que su cuerpo y su alma hubieran despertado en un lugar ajeno al que le recogió la noche anterior. Nunca, desde que recuerda –y presumía de tener buena memoria- sonó la alarma y se vió en su cama y en su casa. Turbado, cada madrugada (que así consideraba él a las cinco-y-treinta-y-cinco-de-la-mañana) su despertar lo situaba fuera de su aposento, unas veces en pleno campo, acostado al raso, otras en una cabaña sobre un colchón de paja, otras en la habitación de un hotel de cinco estrellas. Cada día le ofrecía un nuevo despertar fuera de sí y en un lugar distinto cada vez. Por la noche, al acostarse, sabía que a la mañana siguiente le ocurriría lo mismo de nuevo, pero era algo absolutamente inevitable y que pasaría pronto.

No ocurría así los sábados, ni los domingos, ni las fiestas de guardar ni tampoco las paganas. El suceso se limitaba a los días de trabajo, como para darse el placer de confundirle en el comienzo y dejarlo atontado para todo el día.

Un día se despertó y amaneció sobre una piel de oso blanco, en el suelo, junto a la chimenea, en el salón de una casa a las afueras de Madrid. Abrazada a él, desnuda, se cobijaba bajo una cálida manta de fibra una mujer que no era la suya (se dió cuenta enseguida porque su mujer nunca se desnudaba para dormir. Ni para casi nada). Sabiendo que a los pocos minutos volvería a su ser, a la realidad del despertador reincidente y a la presencia de Elvira, su mujer, a su diestra embutida en su pijama de franela, intentó por todos los medios mantener viva la situación en la que estaba, arropado cálidamente por los brazos de la joven que dormía a su lado a pierna suelta.

Tanto esfuerzo mental hizo, que sus ojos abiertos se quedaron sin ver, clavados en el techo de su habitación. A su alrededor se oía el crepitar del fuego de la chimenea y en su cuerpo sentía el calor de la otra piel. Sabía que no podía mantener por mucho tiempo esa escena en su mente que vivía como si fuera real y disfrutaba como un regalo de ese día.

Esfumada la ensoñación, quiso con su mano derecha tocar el cuerpo de Elvira, sentirla y luego levantar la manta y levantarse él. En ese momento fue cuando comprendió que nunca había estado casado, que hacía años que se había jubilado y que pronto vendría la enfermera de la residencia a darle la medicina.

3 comentarios:

Melba Reyes A. dijo...

.
¿Un sueño dentro de otro sueño? ¿Sueños paralelos? ¿Sueños de consuelo?...

De cualquier forma, bonita historia.

Salud♥s

fonsilleda dijo...

¡Que curioso!, acabo de escribir un micro sobre el sueño o..., bueno, el caso es que es curioso.
Tu relato recuerda esas muñecas rusas (¿y mi micro?, ya no me acuerdo).
Bicos

Anónimo dijo...

Un sueño, un recuerdo y una realidad. una historia potente, con fuerza y muy triste.
Raquel.