6.3.09

Juliana (y II)


Foto tomada prestada de internet


En un momento determinado del vuelo, la azafata ofreció a los pasajeros un refrigerio. Constaba de sándwiches envueltos en bolsitas de celofán, rellenos de jamón y queso de barra y una bebida, a elegir. Cuando el carrito se paró junto a nuestra fila, Juliana me miró, como pidiéndome permiso –pidiendo permiso, en general, al mundo- para comerse uno. Yo me sonreí y ella, cómplice, tomó con gusto el bocadillo en sus manos y bajó la mirada. Los dos sabíamos que uno, tres, cinco bocados daban igual. El origen de su gordura estaba en su mente y en su alma, no en su estómago. Pero, como un acto reflejo, pidió ese perdón interno de los que se saben condenados por los demás siendo inocentes y, adaptados a esa realidad –que no pueden cambiar- deciden someterse a sus criterios, los de ellos.

En la Ciudad de México le esperaba su familia. La de ella. La de él, incluso tanto tiempo después, sentía aún rencor por la muerte de Camilo. Rencor hacia ella, a la que consideraban responsable de su muerte. Hacia ella, la que se lo llevó a un mundo hostil lejos de casa y lleno de peligros. Nunca le perdonaron su connivencia con Camilo, su parejos deseos de prosperidad, su falta de resignación a quedarse en su tierra. Juliana siempre pensó que ella seguiría a su marido donde su marido fuese, y le apoyaría y animaría, en contra de los deseos de la familia. No obstante, durante mucho tiempo mantuvo intacto un sentimiento de culpabilidad imbuido por la duda sobre si su apoyo a la aventura habría sido oportuno o no, acerca de si hizo lo que tenía que hacer. Pero en el fondo de su corazón sabía que él, Camilo, desde donde fuera que estuviese, nunca la culparía.

Después del aterrizaje, parado el avión, tomamos cada uno su equipaje. Yo, mi mochila donde llevaba mis pocas pertenencias; el resto iba facturado. Ella, con su bolsa de plástico llena de… ya supe qué, y su inseparable bastón, con el que formaba el trípode que mantenía sus carnes generosas. Ya en la terminal, tras recoger el equipaje y antes de salir a la sala donde esperaban los familiares, Juliana se paró, me miró a los ojos y, metiendo la mano en la bolsa de plástico, me dio uno. ¡Gracias¡, me dijo. Y con una sonrisa amplia que la hacía aún más bella en su inmensidad, salió en busca de sus hermanos. Yo, parado, la ví marchar. Cuando atravesó la puerta, volví la mirada hacia mi mano, que sostenía el librito que me regaló. Se titulaba: “Cómo ser feliz en los Estados Unidos”, por Juliana Melgoza. En su interior, todas sus páginas estaban en blanco.

9 comentarios:

Melba Reyes A. dijo...


Una historia bien hilvanada, tiernamente contada con un final sorprendente, muy significativo y aleccionador. FELICITACIONES.

Salud♥s

Fauve, la petite sauvage dijo...

Esperaba ansiosa la segunda parte para verificar que era un relato y no una narración de una realidad, pero me parece que se trata de lo segundo... aunque el comentario anterior me hace tener esperanzas aún.
En cualquier caso, enhorabuena por contarlo tan bien que duele.

Fauve, la petite sauvage dijo...

Bueno, el cambio de la foto aún me despista más...

fonsilleda dijo...

¡Qué finalazo!. Me ha encantado y me hubiera gustado mucho tener ese libro en mis manos, te lo aseguro. Lo habría colocado entre mis preferidos.
A veces en unas cuantas líneas eres capaz de resolver con una gran pericia una historia. En este caso, además, una historia más bien tierna y, si me apuras, con la lagrimita puesta.
Pues nada, tu vas y haces que al final hubiéramos querido ser ella.
¿Ves?, éste no me ha parecido un final precipitado, aunque se resuelva en las últimas líneas.
Hay casos y casos o seré yo..., no sé

Jaros dijo...

Muy buenooo!!!!!!!!!

Un abrazo.


Juan

Anónimo dijo...

Que historia tan tierna y tan bonita, muy delicado. Muy buen final.
Felicidades por tu nominación al premio, lo mereces sobradamente.
Raquel.

Belmont dijo...

Me ha cautivado el relato - ficticio o real - de "Juliana" (No sé si sabes que era el nombre de mi querida madre).
Me gusta constatar que al coprotagonista de la historia (que vuela a México sin su esposa, que disfruta de su jubilación) le anima una suerte de empatía con las personas a las que la vida les priva de cosas que consideramos importantes; la vida de Juliana no ha sido nada fácil, estoy seguro; el libro que escribió y te regaló habla de ello con absoluta claridad. Ahora bien, si su título Hubiera sido: "Como ser feliz en México" ¿Hubieran estado sus páginas llenas de hermosos relatos?.
No nos engañemos. USA dista mucho de ser perfecto, pero desde luego es en casi todos los aspectos mucho mejor que México y que la mayor parte de los paises de este perro mundo. Y desde luego si lo comparamos con el resto de los imperios que en la historia han sido, mucho menos agresivos que la mayoría de ellos.
Miremos a nuestro alrededor.....

Espero, Victor, que veas esto como lo que es, una opinión que es algo diferente de la que se desprende de una parte importante de tus relatos.

Seguiré leyéndote.

Tienes que comentarme eso del premio

Internautilus dijo...

Gracias a todos por vuestros comentarios; ellos me ayudan a continuar en esta línea. A aquellos que tengo el gusto de conocer ahora (Jaros, Juan...) gracias por entrar, estáis en vuestra casa. Y a mis incondicionales Fonsi, Melba, Fauve y Raquel...!Qué deciles que ya no sepan, o sea, cuánto las quiero¡

Juan: todas las opiniones vertidas con inteligencia y educación, como la tuya, son bienvenidas. No soy nada sectario ni dogmático. Y como conozco bastante bien México, puedo decirte que es bien diferente de los EE.UU., pero creo que, a veces, para ser feliz, no hacen falta solo medios materiales; también está la familia, el entorno, tu tierra... No obstante, ser emigrante no tiene porqué ser sinónimo de infelicidad, naturalmente. Esta historia de Juliana refleja SU historia, que yo aprovecho para meterme con los EE.UU., o más bien, con su way of life, que no comparto. Pero no deja de cser mi opinión, así que subjetiva, claro.
Pero, en fín, ya ves... es mi línea!

Anónimo dijo...

Hola Víctor (entiendo que asi te llamás). Dejaste tu comentario en mi blog, muy tierno por cierto, y he venido a conocerte, y me encontré con algo que me gusta mucho: la literatura. Desde hoy me contarás como visitante asidua.

Juliana. Ay, Juliana se parece en muchas cosas a mí. No peso 130 kg, pero luché contra la obesidad toda mi vida, y he reemplazado con comida mis carencias afectivas. Me he sentido discriminada a menudo, y eso me ha hecho pudorosa.
También me marché a los EE.UU. en los 90, y si hubiese escrito un libro como el de Juliana, también hubiese tenido las hojas en blanco, no por el motivo de la historia, sino simplemente porque la felicidad no se encuentra cambiando de país. La felicidad es interior. Yo he sido inmensamente feliz sentada en mi computadora durante meses.
Es cierto que hay otras oportunidades de trabajo, no importa que sean los que los yanquis no deseen hacer. Es verdad que comparando con muchos de nuestros pobres países, allá parece estar todo al alcance de las manos porque el poder adquisitivo es alto. Pero nada de eso es sinónimo de felicidad.
En lo que disiento con Juan es en la no agresividad de este imperio. Y sino, que les pregunten a aquéllos países más débiles y llenos de abundante petróleo.
Pero como dice Víctor, todas las opiniones valen.
Besos para todos.