7.2.09

Partir (El piso vacío, y II)

Fotografía (retocada) de Carlos Bentabol

A punto de cerrase la puerta del ascensor, Elvira observó que alguien metía el pie en el escaso hueco para evitar el cierre. Después, una mano huesuda atrapó la puerta y la abrió, y un hombre alto, de aspecto desaliñado, entró en la cabina.

Ella estaba abriendo las cartas que acababa de recoger del buzón, por lo que le sorprendió la intrusión, pero se echó hacia el fondo del ascensor para dejarle espacio. Ni un “buenos días” ni palabra alguna, el desconocido pulsó en el botón del sexto piso y apoyado en una de las paredes, se la quedó mirando. Si ya son bastante engorrosos los viajes en ascensor con gente conocida -con vecinos de esos que ves a menudo, pero con los que no sueles hablar- imagínense lo largo, larguísimo que se le hizo el viaje vertical hasta su casa, situada en el quinto piso. Elvira intentaba leer alguna de las cartas recibidas –siempre los bancos-, jugaba sin cesar con el llavero que portaba en su mano, y le incomodaba sobremanera la mirada fija de aquél hombre. Tenía un aspecto desabrido, hosco, sucio, pensaba ella, su mirada era inquisitorial, fija, a sus ojos… Se veía incapaz de soportarla e intentó evadirla estrujando las llaves en su mano y haciendo como que leía la carta. Nunca la velocidad de un ascensor fue tan lenta ni tan agobiante el periplo, parecía como si deliberadamente la cabina ascendiera de manera especialmente lenta y pesada. Las puertas del ascensor dejaban entrever a través de unos pequeños cristales ovalados el paso de las puertas de los pisos inferiores, que descendían a cámara lenta. Cuánto hubiera deseado Elvira vivir en el segundo.

Cuando lentamente el ascensor paró en el quinto, su precipitación por salir la hizo tropezar en el pequeño desnivel que había entre la cabina y el piso. Hubiera tropezado en una simple línea de tiza, tal era el atolondramiento con el que quiso salir. No llegó a caer, pero, atribulada, salió a paso ligero hacia su casa, mientras se cerraba la puerta tras de sí. A ciencia cierta, no sabía Elvira si lo que había sentido era miedo, desazón, incomodidad, repelús, escalofrío o todo ello junto. No entendía a qué venía la grosera mirada de ese hombre, pero sobre todo no sabía porqué no le había ella preguntado, o increpado, en fin, que algo debía haberle dicho; pero en un trayecto tan corto (Dios mío, ¡tan largo!) no lo consideró oportuno. Al fin y al cabo, nada le había hecho, nada le había dicho (ni los buenos días), solo la miraba. Pero era una mirada que no olvidará jamás. El caso es que entrar en su casa le supuso una liberación absoluta, fue como un estar a salvo de todo, de cualquier mal; todo había quedado atrás al cerrar la puerta de su piso.

Cuando apenas, ya más relajada, abordaba la cocina y dejaba las llaves donde solía, sonó el timbre de la puerta. Dejó las cartas sobre la mesa y se dirigió a la entrada. No solía hacerlo, pero esta vez escudriñó la mirilla. ¡Cielos! -exclamó para sí. Ahí estaba él otra vez, con la mirada fija en el pequeño cristalito, como sabiendo que al otro lado estaba ella espiándolo. Elvira se dio media vuelta y se apoyó en la puerta. No sabía qué hacer, si abrir o no abrir.. no, mejor no abría, preguntaré -pensaba… y aún no tenía verbalizado el pensamiento en su mente cuando sonó de nuevo el timbre.

-¿Quién es? ¿Qué quiere?, preguntó con la voz un poco temblorosa.

-Abra, por favor… Es usted Elvira Fuentes ¿verdad?

-Sí, yo soy. Pero qué quiere, dijo en un tono más firme.

-Necesito hablar con usted. Es algo importante.

Miles de dudas e incertidumbres recorrieron el cuerpo y la mente de Elvira. No sabía qué hacer, no tenía motivos objetivos para no abrirle, pero le daba tanto miedo…un miedo, un rechazo incomprensible… ¿y si era importante lo que tenía que decirle? ¿Quizá sería mejor atenderle en el rellano y que no entrase en casa? ¿Cómo explicar no abrirle…? Por fin, se decidió a entreabrir la puerta, porque solo apenas veinte centímetros la conectaban con el rellano, lo justo para asomar la cara y preguntar.

-Dígame, qué desea.

-Verá señora Fuentes. Antes la ví en el ascensor pero no la reconocí; discúlpeme si he estado fijándome todo el trayecto en usted, pero me resultaba su cara familiar, y ha sido el vecino de arriba el que me ha aclarado que esta era su casa. ¿Puedo pasar?

-Mire.. no tengo por costumbre meter desconocidos en el piso, así que, si no le importa, dígame qué desea.

-Está bien, pero no creo que el rellano de la escalera sea el mejor lugar para decirle lo que tengo que decirle. Soy persona de confianza, se lo aseguro. Solo quiero darle una información y me iré.

El tono de voz del desconocido le inspiró serenidad. Por un momento comprendió que no tenía nada que temer, que parecía una persona sincera y quizá fuera realmente importante lo que tenía que oir, así que le dejó pasar.

Instalados en el pequeño recibidor de la entrada, Elvira le invitó a sentarse.

-Usted dirá.

-Pues verá. Usted no me conoce, pero yo a usted, sí. No físicamente, no, no tenía el gusto. Pero me han hablado tanto de usted que me parece conocerla desde siempre.

-¿…? ¿Quien le ha hablado de mi?

Un corto pero tenso silencio se apoderó de la estancia.

-Su padre. Me ha dado muchos detalles.

-Mi padre murió hace años, respondió con entre enojo y sorpresa. -¿Qué broma es ésta?

-Lo sé, lo sé. No se asuste… yo también. Yo iba en el asiento de al lado la noche de su accidente.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Elvira, que no sabía si enfadarse, estremecerse o ambas cosas a la vez.

-No le entiendo… y me parece de muy mal gusto esta broma. Le agradecería que..

-¿Que me fuera? Primero déjeme explicarle porqué estoy aquí y qué mensaje le traigo.
Mire, la noche que su padre y yo sufrimos aquel fatídico accidente, habíamos recorrido muchos kilómetros juntos. Su padre me recogió cuando yo hacía auto-stop en la carretera, a la altura de Baeza. Fue por la mañana, relativamente temprano. Yo me dirigía como siempre, sin rumbo fijo por las carreteras de Andalucía, buscando.. buscando solo vivir, pasar el tiempo, no me gustaba instalarme en ningún lugar por más de dos o tres días. Sé que iba huyendo de la vida, como si de eso pudiera uno huir, que ni en la muerte se encuentra la paz. Su padre me recogió. En mi vida he conocido una persona como él. Le agradecí enormemente que me subiera, porque ya estaba cansado de andar y de andar; cuando me preguntó a dónde iba, creo haberle dicho: “ A Úbeda”, pero a mi me daba lo mismo donde fuéramos, con tal de no volver sobre mis pasos. Bien, el caso es que me subí a su coche e iniciamos una marcha juntos que duró hasta la noche, es decir, hasta el accidente.

Elvira escuchaba esa historia entre escéptica e interesada; al fin y al cabo, era de su padre de quien estaba hablando, de su padre al que tanto había amado y con el que convivió hasta su muerte. Elvira había quedado huérfana de madre a muy corta edad, así que con solo cinco años, su padre, que nunca volvió a casarse, se hizo cargo de sacar a esa niña adelante. Ahora, con treinta años, la conversación con ese hombre que se hacía pasar por un fantasma le traía recuerdos y vivencias que hubiera preferido olvidar, no porque fueran malos recuerdos sino porque le hacían sufrir de añoranza. No pudo evitar recordar los largos paseos en que por las tardes, tras el colegio, los dos, de la mano, recorrían el Paseo de los Curas, entre árboles y flores, arriates y palmeras. Dar de comer a los patos del estanque era ritual necesario.. ¡pobres patos¡, que se conformaban con picotear las cáscaras de cacahuete que su padre le compraba.

-Bien, y.. ¿a dónde quiere ir a parar?

-¿Me cree usted, señorita? ¿No le resulta difícil de asimilar que yo esté muerto?

-Mire, señor..

-Hurtado. Pero llámeme Luiso, todos me llamaban así.

-Mire Luiso: aún no creo ni dejo de creer nada, porque a estos momentos todo lo que me ha explicado es que usted murió junto a mi padre la noche del accidente y que me trae noticias de él, pero aún no me ha dicho nada que tenga sentido. Ni siquiera me ha demostrado que esté usted muerto. Además… si todo eso es así…¿por qué no ha venido él a contármelo personalmente? Él se podrá imaginar que me hubiera encantado –de ser todo esto verdad- saber que estaba vivo…bueno, muerto, quiero decir... pero que podría hablar conmigo, yo contactar con él…. Bien sabe lo que lo echo de menos…

-Elvira, déjeme explicarle. Él no puede venir porque ya está al otro lado, en una zona final de la que resulta imposible volver. Sin embargo, sí tiene contacto conmigo, porque yo, que llevo toda mi vida dando tumbos, aún estoy en esa fase intermedia que… bueno, esa que los curas siempre han llamado limbo, pero descuide, que ahí no se penan penitencias ni nada por el estilo; los curas habían oído campanas, como se suele decir, pero ni idea de cómo funciona esto. Total, que su padre se sirve de mi para enviarle un mensaje y una petición, que espera que usted sea capaz y tenga la voluntad de llevarla a cabo.

Elvira no salía de su asombro, cada minuto que pasaba se sentía más interesada en lo que ese hombre le estaba contando.

-Está bien, adelante. Dígame.

-Mire Elvira… no se moleste, de verdad… pero es que su padre está sufriendo por usted. Piensa que no debió usted haber hecho lo que hizo, y además se siente culpable de haberla abandonado !como si hubiera sido culpa de él morirse¡; él hubiera querido vivir toda la vida para estar cerca de usted, para cuidarla, al menos hasta que hubiera encontrado a un hombre que la hiciera feliz y le diera a usted hijos y a él nietos. Pero se cruzó esa bestia por la carretera… En fin, concretando… su padre la perdona y le pide, por favor, que inicie ya el camino hacia donde él está. Dice que no tiene sentido quedarse más tiempo.

De pronto, como un remolino enorme empezó a girar alrededor de la cabeza y de la mente de Elvira; miles de sensaciones y pensamientos se agolpaban en su cerebro y, asustada, se miraba las manos y los brazos, se tocaba el cuerpo y se palpaba la cara como reconociéndose. La memoria le volvía a retazos, a golpes, empezaba a recordar el entierro de su padre, sus lágrimas, su pena inmensa, su incapacidad para arrastrar la vida hacia delante sin el cobijo de él, su permanente congoja y su espíritu amargo que no la dejaba vivir ni un día más. La tarde en la que decidió romper con esta vida –sin madre, sin padre, falta de hermanos o tíos u otra familia que la amparase…- la tarde en la que se tiñeron de rojo las aguas jabonosas de la bañera, la tarde en la que decidió abandonar el mundo y abandonarse al camino infinito de la muerte.

Dos lágrimas surcaron el rostro de Elvira, que posando su mano sobre la de este hombre (cual negativos superpuestos), este Luiso que le había traído noticias de su padre, temblándole la voz, le dijo:

-Dile a mi padre que llegaré pronto. Es cierto, es tiempo de partir.

Así fue como, unos días más tarde, dejó de verse, a las seis y media de la mañana, en ese piso vacío, la luz de la habitación del Elvira encendida.

7 comentarios:

fonsilleda dijo...

Buena historia, si señor. Creo que, quizá, el final un poco precipitado, aunque tú eres el escribidor, así que, no me hagas caso.
Lo cierto es que me ha mantenido con la nariz casi literalmente pegada a la pantalla
Dejo bicos.

Carlos Bentabol dijo...

SUSCRIBO TOTALMENTE LO DE LA NARIZ PEGADA A LA PANTALLA,, POR DOS COSAS : 1º POR LO INTRIGANTE Y BUENO DE LA HISTORIA Y
2º PORQUE YA NI CON GAFAS VEO BIEN.

COMO SIEMPRE TE DIGO Y SIGO DICIENDO, UN BUEN GUION PARA UN CORTO..... DE SUSPENSE....POR SUPUESTO...

Caminante dijo...

Mmm... cierto regusto a famosas leyendas de escritor romántico, me ha gustado.

Melba Reyes A. dijo...


Estupenda historia, me gusta mucho, la temática, la ambientación, el ritmo, el desenlace...Todo.

Gracias.

Salud♥s
.

Internautilus dijo...

Gracias a todos por vuestros amables comentarios.
Abrazos,
V.

Laureta dijo...

Pero qué historia tan interesante!! Madre, he empezado, y me han llamado para comer, pero han tenido que esperarme... jejejeje!!!

Bueno, super interesante, aunque reconozco que al final pensaba que diría algo tal que: " dile de mi parte que me espere, que aquí aún tengo cosas que hacer..."...

Aiix, no sé... genial!!

Un besoooooooo!!

un loro dijo...

¡Excelente relato, querido amigo!
Acostumbrados, hoy en día, como estamos a esta especie de plaga de realismo inflacionado al estilo Boris Izaguirre, yo respiro y disfruto cuando leo textos impregnados de esta tensión y misterio como el tuyo. Aquí tienes un nuevo forofo
Un Saludo