12.2.09

Gente de El Otro Lado

Imagen tomada prestada de www.theforbiddenknowledge.com


Ya era un poco tarde para acudir a la llamada de esos amigos, pero hay que reconocer que hacía tiempo que no los veíamos y que no podíamos poner más excusas. Por otro lado, nos apetecía a Alicia y a mi volverlos a ver, recordar con ellos tiempos pasados, saber de sus vidas y sus milagros, de sus hijos y de lo que nos quisieran contar. Tiempo atrás los cuatro formábamos un equipo de risas y aventuras que solo la edad, las obligaciones, los hijos y el trabajo fueron amansando, domesticando, amainando, como ocurre con todo en la vida con el paso del tiempo.

Esa tarde nos llamaron para que fuésemos a cenar a su casa. No podíamos faltar.

Los aperitivos y las cervezas dieron paso a las ensaladas y los mariscos con los que tuvieron a bien homenajearnos, y del vino blanco pasamos a un Ribera del Duero riquísimo que todos alabamos sin mesura, en especial por el acompañamiento generoso que le hacía a la carne guisada por María.

La conversación, como siempre, amena, discurría por los avatares de cada una de las parejas, sus problemas y las soluciones que no se hallaban, la enfermedad de Pablito, las familias y sus cuitas, los otros amigos y sus asuntos... Pero siempre, durante toda la cena flotó en el ambiente, en la mente de cada uno de nosotros, el tema inefable al que nadie debía referirse pero del que todos queríamos, en el fondo, hablar.

En un momento de los postres, cuando el dulzor del helado y los bombones erizaban de gusto las papilas de los comensales, se hizo un silencio, un silencio de esos que la gente atribuye al paso por la estancia de un ángel. Debía ser un ángel caído, o huérfano de padre, porque fue tomar la copa de licor, encender los cigarros y mirarnos a los ojos deseando hablar de lo que prometimos nunca más abordar, para siempre jamás.

Fue María, que dijo:

-Chicos... la verdad es que no os hemos invitado únicamente por el gusto de veros, que también, por supuesto. Hemos pasado demasiado tiempo sin contacto y eso no puede ni debe ser. Os echábamos de menos y no debemos dejar que nuestra amistad de tantos años se apoque y se desvanezca. Pero es que hay un tema... bueno, ya sabéis de qué voy a hablaros... Juan y yo lo hemos estado comentando y....en fin, lo diré: queremos volver a jugar, pero no queremos hacerlo sin vosotros.

Un esperado silencio se apoderó del salón, que solo se vió interrumpido por la carcajada que Alicia y yo soltamos tras mirarnos a la cara. -¡Pero si lo estábamos deseando!, contestó Alicia, y todos, los cuatro, nos reímos a placer deshaciendo en esas risas la grave expectación creada a los postres de esa suculenta cena.

Así pues, rápidamente recogimos la mesa, quitamos el mantel, arrimamos las sillas y dejamos cerca los licores. Juan desapareció por unos instantes para volver con la tabla y el patín. Sentados, de izquierda a derecha: yo, María, Juan y Alicia. Al poner la tabla sobre la mesa hicimos un sentido silencio que parecía un ritual mil veces ensayado.

Juan tomó la palabra, y dijo:

-Amigos: creo que sabéis que esta noche estamos traicionando, de una manera intencionada y declaradamente manifiesta, la promesa que nos hicimos hace unos años de no volver a jugar nunca más a la ouija. Los cuatro recordamos los momentos que pasamos antaño cuando hicimos de este perverso juego nuestro entretenimiento habitual. Todos recordáis los malos ratos que nos hicieron pasar la presencia inesperada de seres que no eran los que invocábamos, de entes difusos que no hacían sino confundirnos, de espíritus maquiavélicos que intentaron jugárnosla de mala manera y que casi consiguen su objetivo. Sé... que tampoco podemos olvidar –y creo que por eso estamos aquí y ahora- los maravillosos momentos en los que pudimos contactar con nuestros padres muertos, con vuestra familia extinta prematuramente –dirigiéndose a nosotros-, con las personas de otras épocas que nos enseñaron tanto y las que tanto bien nos hicieron en vida y que ya no están entre nosotros. Por suerte, los cuatro somos personas formadas, difíciles hoy por hoy de impresionar y hemos leído mucho sobre este tema, además de la experiencia que, a lo largo del tiempo, hemos ido acumulando. Cuando nos prometimos unos a otros no volver a jugar a este malévolo juego, lo hicimos para acabar una etapa de conocimiento e investigación que comenzó como un divertimento y que al final se convirtió en un proceso de incursión en un mundo desconocido en el que nos adentramos y empezábamos a conocer. Afortunadamente, resolvimos cada sesión de buenas maneras, sin grandes ni penosas interferencias externas, y cuando digo externas, ya sabéis a cómo de ‘externas’ me refiero. Bueno, excepción hecha de algunas desagradables intromisiones que todos, hoy, casi recordamos como anécdotas, pero que a cualquier profano le hubieran puesto los pelos de punta. Hoy volvemos a intentar conectar con el mundo de los espíritus porque, en cierta medida, necesitamos –y creo hablar por boca de todos- reafirmar nuestras experiencias y nuestros contactos con el más allá, hacer nuevas preguntas, recoger nuevas respuestas que nos ayuden en nuestros problemas de hoy. Cada uno de nosotros tiene, seguro, preparado su cuestionario, porque vosotros, Roberto y Alicia, ya intuíais que volveríamos a esto... y María y yo estábamos deseando que llegara este momento. Así pues, si no queréis hacer ningún comentario... comenzamos.

Dicho y hecho. Juan colocó el patín sobre la tabla. El patín era una pequeña lámina de madera con forma de corazón y que se deslizaba suavemente gracias a tres bolitas engrasadas que formaban un triángulo. La punta del corazoncito era la que señalaba las letras y números dispuestas sobre la tabla, en forma arqueada, y abajo, las palabras SI y NO.

Dejamos la habitación en semi penumbra, no para dar más sensación fúnebre a la sala, sino para concentrarnos mejor en los movimientos que sabíamos comenzarían –como habían comenzado siempre- nada más empezar las invocaciones. A menudo, en nuestros comentarios, habíamos criticado el oscurantismo de los falsos médiums que se rodean de una parafernalia absurda y ridícula, llena de objetos estrafalarios, velas y demás artilugios con la intención de aparentar estar en otro mundo, que en realidad es puro marketing esotérico. La verdad de todo esto es que los espíritus, desencarnados o no, se manifiestan a determinadas personas en cualquier lugar, hora o acomodo. Incluso, como comentaba un amigo común, “en el despacho de un notario a las doce de la mañana”.

El ritual comenzó posando cada uno la punta de sus dedos sobre el patín. En este grupo que formábamos los cuatro no había, no hubo nunca, desconfianza entre nosotros, quiero decir, nunca ninguno de nosotros jugó la broma absurda de mover intencionadamente la flecha.

Juan se arrogó con nuestra anuencia la dirección del trámite, y suavemente, con sinceridad y sin artificios, lanzó estas palabras:

-Invoco en nombre de los aquí presentes a los espíritus, encarnados o no, que con buena voluntad y de manera fraternal quieran manifestarse. Estamos aquí para oír lo que tengáis que decirnos y para que escuchéis nuestras preguntas y nuestras confesiones. Si estáis ahí, manifestaos.

Años atrás, cuando Juan invocaba estas palabras, quizá sin el convencimiento que le embargaba en estos momentos, nuestro poder de concentración se veía, en alguna ocasión, roto por la risa nerviosa de algún amigo invitado, que, escéptico o miedoso o, si es posible, ambas cosas a la vez, reía como el escolar en misa o en clase de religión; es decir, cuando menos se debe. Fue por eso que decidimos no volver a invitar a nadie, ceñir nuestras reuniones a nosotros mismos, sin interrupciones fuera de tono, ni chistes ni chanzas.

Pasaron unos segundos en los que los cuatro, cabeza baja, ojos cerrados, manteníamos los dedos sobre el patín sin notar influencia ninguna sobre él, ningún movimiento. De pronto, un sonido de guitarra inundó la sala. Fue como si alguien hubiera pasado junto al instrumento y, como en un arpa, hubiera tañido las cuerdas al aire. Teníamos guitarra, sí, y estaba de pié, en un ángulo del salón junto a una maceta de largas hojas como una palmera. Levantamos la mirada al oir el sonido y mirando a la guitarra, vimos aún moviéndose las hojas de la planta; ellas fueron quienes con la punta de sus hojas habían desgranado un sonido entre el bordón y la prima.

Nos miramos los cuatro, pero no asombrados; más bien cómplices de saber que ya había alguien dispuesto a manifestarse y que estaba cerca.

En un momento, sin darnos cuenta, el patín empezó a moverse en círculos, primero de manera suave, luego más rápidamente, casi tanto que nos resultaba difícil seguirle con los dedos. Los movimientos eran anárquicos, sin orden, descentrados, y solo cuando Juan intervino, se apaciguó.

-Espíritu que flotas en esta casa, dinos quien eres. ¿Eres hombre?

El corazón dirigió su punta hacia el NO, y Juan insistió:

-Si no eres hombre, dinos tu nombre, mujer.

Lentamente al principio, pero más rápidamente después, el patín recorrió las letras L, U, I, S, A. Luisa era el nombre de la madre muerta de María, por lo que ella intervino

–Mamá ¿eres tú?

La respuesta afirmativa de la flecha hizo brotar dos lágrimas de los ojos de nuestra amiga, cuyas manos temblaban de emoción. Su madre la visitaba.

-Mamá..¿quieres decirme algo? ¿Estás bien?

C U I D A A M I N I E T O

fue la respuesta a las preguntas. Evidentemente, se refería a Pablo, hijo único de Juan y María, que dormía en la habitación de al lado y que padecía desde muy niño crisis de asma bronquial que le dejan falto de aire y a punto de ahogar su corta vida. Tenía 8 años y ya los médicos le habían diagnosticado una dolencia pulmonar con la que habría que convivir mientras viviese.

Las lágrimas de María se convirtieron en llanto. El sentimiento que le produjo, por un lado, la preocupación de su madre por su nieto, desde el más allá, sentimiento de amor y agradecimiento; por otro lado, llanto por su propio hijo, que ya de tan niño habría de vivir estigmatizado por una dolencia tan preocupante.

Recuperada, y tras la ausencia de la madre de la mesa, Juan invocó de nuevo.

-Presencias y almas de amigos, gente de bien, contactad con nosotros.

Y pasaron solo breves momentos hasta que el patín empezó a moverse otra vez en círculos, con movimientos mucho más anárquicos y difíciles de seguir que los anteriores.

-¿Eres hombre? ¿Estás muerto?

El patín se dirigió a la palabra SI y allí quedó clavado.Inmediatamente, sin dar tiempo a la pregunta siguiente de Juan, empezó a moverse hacia las letras, con esta pauta:

S O Y E M I L I O M E H A N M A T A D O

y otra vez

S O Y E M I L I O M E H A N M A T A D O

y de nuevo

S O Y E M I L I O M E H A N M A T A D O

hasta que Juan dijo

-¿Que Emilio eres? ¿De dónde eres? ¿Qué te ha pasado?

La fuerza del patín hizo movimientos hacia las letras otra vez, y en ellas escribió

L A F U E N T E L A F U E N T E L A F U E N T E

Todos conocíamos a Emilio Lafuente. Era amigo de la pandilla, de cuando éramos mucho más jóvenes. Era un buen amigo que siempre nos consideró y nos brindó su amistad. Tras la muerte de su padre, en Barcelona, tuvo que marcharse a esa ciudad para hacerse cargo de sus negocios, en aquella época prósperos, pero en estos tiempos quién sabe cómo le iría. Muy a menudo, cuando hablábamos en él, nos comentaba lo difícil que estaba todo, que había tenido que pedir dinero fuera de los bancos, a gente que, de alguna manera, le habían impuesto unos socios suyos. No estaba muy contento, pero no pensábamos que sus problemas financieros fueran más allá de lo habitual en tiempos de crisis.

Nos quedamos de una pieza. Juan intentó pedirle más datos, insistió en que explicara esa afirmación, ese “me han matado”, incrédulos de que realmente hubiera muerto. Tras esa manifestación, que no dió más detalles, no hubo más presencias, y decidimos tomarnos un descanso.

-No sé si ha sido una buena idea... me ha dejado muy descolocado esto de Emilio.. no puede ser, dije yo.

-¿Sabes? Hay espíritus que pueden gastar bromas, bromas pesadas, humor muy negro. Ya sabes que muertos pueden ser igual o más cabrones que en vida, respondió María.De cualquier manera, también a mi me ha dejado muy mal sabor de boca. Mejor lo dejamos por hoy.

-Está bien. Pero volveremos otro día, tengo muchas cosas que preguntarle a mi padre, contestó Alicia.

La velada continuó ya más relajada entre copas y música de Pink Martini. Volvieron las bromas, las risas, los bombones y el ambiente distendido que reinó durante la cena. A eso de la dos de la madrugada, Alicia y yo decidimos irnos a casa. La canguro seguro que se había soplado media botella de mi ron y además, había que dormir.

Al día siguiente, al despertar, las imágenes de la tabla alfabética de la ouija, el movimiento del patín, pero sobre todo, la absurda comunicación de mi amigo Emilio, se me agolpaban en la cabeza dando vueltas y vueltas sin permitir despejarme. Eran ya las once de la mañana. Sin apenas balbucear unos ‘buenos días’ con Alicia, quité el móvil del cargador y busqué en la agenda a Emilio Lafuente. Marqué. Ninguna respuesta. Volví a marcar. Nadie contestaba, ni siquiera el contestador automático. De pronto recordé que tenía también el teléfono de su casa, el fijo. Fui al salón y desde el mío marqué ese número. Cuatro timbrazos y nada, pero al quinto... alguien contestó.

-¿Diga?

-¿Hola? Buenos días..¿Eres Elena?

-Sí... ¿Quién es?-Soy Roberto, Elena. El amigo de Emilio. Te llamo desde Málaga. ¿Puedo hablar con él?

Al otro lado un silencio denso se apoderó del teléfono, enturbiado a lo lejos por un leve sollozo.

-¿Elena? ¿Qué pasa, Elena?

Al otro lado, como recuperándose, Elena contestó

-Claro, tú aún no lo sabes... Emilio... Emilio se suicidó ayer tarde. Se arrojó por la ventana de su despacho. Lo enterramos mañana.

Y ahogada en un llanto inconsolable, colgó el teléfono.

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3 comentarios:

Carlos Bentabol dijo...

LO DE LA OUIJA, SE PODRÍA EXPLICAR POR EL PODER DEL GRUPO, QUE ES TAN FUERTE, QUE PUEDE ANULAR AL INDIVIDUO, QUE SE DEJA LLEVAR POR LA INFORMACION QUE SE MANEJA DE LOS DEL OTRO ALDO, PERO LO QUE NO SABÍA, ES QUE PODRÍA SERVIR DE MOVIL DEL MAS ALLÁ.......

Melba Reyes A. dijo...

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Si no le tuviese temor a la ouija diría que todas las policías del mundo contasen con una. (Conozco a dos personas que enloquecieron usándola)

Bonita historia.

Salud♥s

fonsilleda dijo...

Estupenda historia, perfectamente narrada y con ese halo de misterio y de inquietud que me gustan mucho.
Jamás he asistido a una sesión de ouija. Nunca, pero mi escepticismo patológico me lleva a pensar que tiene que ser un poco el "ambiente", el contagio, el miedo que todos tenemos a la posiblidad de un "más allá" que es patológico y ya está impregnado en nosotros.
Religiones, cuentos, enseñanza oral, cosas inexplicables..., todo nos lleva a creer que puede...
Seguro que si participo algún día en una sesión, me dejaré llevar como el primero o la primera.
Bicos.