Icono de email bajado de internet
Cuántas veces he dicho para mí: !Si mi abuelo Aurelio lavantara la cabeza¡
No es una frase muy original, porque se ha repetido cada generación para demostrar el asombro que producen los nuevos inventos y el efecto que en aquéllos que nos dejaron podrían surtir.
El correo electrónico es uno de ellos, y junto a la propia Internet y el teléfono móvil constituyen tres de los avances teconlógicos más democráticos que exiten. Llegan a todo el mundo, todos tienen su uso al alcance de la mano. Bueno, todos, no. Lamentablemente aún hay millones de personas quitándose el hambre a guantazos que ni pajolera idea tienen de lo que es un mail, ni falta que les hace.
No obstante, esta nueva manera de comunicarse, aparentemente exenta del romanticismo de las cartas perfumadas y la tinta de estilográfica, bien merece, por mi parte, un soneto, y ahí va:
Como un preso que todas las mañanas
al despertar mirase presto el rayo
de sol entrando en la maraña
húmeda y oscura de su celda
así, te digo, yo miro la pantalla
por si mi fiel Outlook, aun de soslayo,
insertado hubiera el telegrama
que mis ojos contemplar esperan.
Ansiosamente, con apremio, busco
entre los bites que día a día me rondan
aquellos de tu firma rubricados,
que el bálsamo que a mí me da más gusto
es aquél que tus deditos forman
cuando escriben, cada día, en el teclado.
.
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1 comentario:
Jajajaja. Bueno, sería mi deseo y supongo que el de todos los que nos pasamos por aquí que, cada día, recibieras ese mensaje desde el otro lado del éter, o desde este lado (que sería, espero, todavía mucho mejor).
Entretanto nos cuentas si los recibes o no, te ha quedado un soneto estupendo y una entrada con un recuerdo incluso para los desfavorecidos.
Me ha gustado, si señó
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