7.12.08

NUNCA SABRÉ CÓMO LO HICE...

Imagen tomada prestada del blog http://hechiceradeluna.blogia.com

Tengo una amiga que piensa que tengo talento, o al menos, así me lo hace ver. Resulta que es una buena amiga, de esas que vas conociendo poco a poco y te va calando su manera de ser, su amabilidad, su dulzura y su visión del mundo. Pues eso, que cree que tengo imaginación, creatividad y todo eso que yo, en mi interior, en verdad que echo de menos.

El otro día –y pensando precisamente en lo anterior- seco de ideas y sin nada interesante que decir, buscaba como Serrat, mirando al techo (éste que miro ahora lo tengo recién pintado, mire usted por donde) que las musas me visitaran con una historia que contar. Una historia interesante, de esas de culebrón venezolano, donde intervinieran muchos personajes y donde la vida se manifestara en toda su rabiosa realidad.

Pensando y pensando, preparé en mis elucubraciones una historia de desdichas y amores contrapuestos, cuando no yuxtapuestos, y la hice empezar situada en Madrid, año 1940. Explicaré aquí solo el esquema de la historia, porque eso era, algo que luego habría que desarrollar.

Había recién acabado la guerra civil española y el hambre pululaba por doquier, se la quitaba la gente ‘a guantazos’, como solía decirse. María (démosle nombre a la protagonista) estaba casada con un funcionario de prisiones cuyo sueldo era escaso, muy escaso, y el trabajo duro, muy duro. Vivían los dos en un piso antiguo en el centro de Madrid, sin calefacción y sin ascensor, escaleras de suelo de ladrillo y madera y aldabas en las puertas de cada casa. El suyo era un tercero, de los de antes, lo que hoy podría ser un quinto en altura.

Ella, María, ayudaba a sostener la casa fregando porterías de gente bien –de los afectos al Régimen, los vencedores- trabajo con el cual ayudaba a la manutención de su marido y sus dos hijas, de cuatro y seis años. María sabía que el futuro que le esperaba a sus hijas era azul oscuro, casi negro, y en cualquier caso teñido de hambre, de frío y de un seguro malvivir. Honrados, pero pobres, y desde luego, sin más esperanzas en el horizonte que alcanzar el sueño de comer caliente a diario.

Lo decidió. Cuando recibió la carta de su prima Mati, que vivía en Argentina desde corta edad y con la que, por navidad, intercambiaba postales de lo Reyes Magos cargados de juguetes –ventana sobre cartulina a una ilusión inalcanzable-, cuando recibió esa carta decidió poner remedio a sus penurias y se embarcó un mes más tarde rumbo a ultramar. Dejó a su marido con sus dos pequeñas en Madrid y partió hacia el otro lado del océano con la intención de trabajar –trabajaría duro, muy duro- para ahorrar y enviar dinero a su familia. Una mujer con agallas, decía la gente, que invirtió su rol de ama de casa tornándolo en ‘madre de familia’ buscadora de sustento.

De las vicisitudes de María en Argentina no hablaremos, porque la historia se bifurca hacia los avatares de su hija mayor. Esta niña –eso era la zagala, una cría- quedó preñada a los dieciséis años; por más que el padre hizo lo posible por educarla en el conocimiento de los males que acechan al mundo, no tuvo con su hija (Él, hombre, España, 1940) la conversación que todo progenitor debe mantener poniendo al día a su prole en temas de amor y de sexo.

En el Madrid de los cincuenta, quedarse preñada sin marido y joven suponía estar en boca de todos, amigos y enemigos. Así que, madre soltera, decidió tener a su hijo, pero lo dejó en brazos de su padre y marchó a Inglaterra, tierra alejada de España que la acogería con un idioma desconocido en un lado y una escoba en el otro.

De cómo soy capaz de crear una historia donde el padre de esta familia sufra tanto ni yo mismo lo sé. Sin embargo, se trata de crear una historia rocambolesca, difícil de creer pero con el suficiente atractivo como para enganchar al lector. Sigo, pues. El padre, al que llamaremos Tomás, se quedó sin mujer en 1940, a cargo de dos hijas y ahora, 13 años después, a cargo de un nieto recién nacido, que tendrá que malcuidar con el apoyo de su otra hija.

Son los años cincuenta y para evitar que ese niño tuviera, al final, que bautizarse bajo el apellido Expósito, el padre decidió, ida la hija a tierras sajonas, bautizar a su nieto como si fuera su hijo, darle nombre y su apellido, y criarlo de tal guisa para que no fuera niño bastardo.

La hija, Elena, se dedicó a trabajar como pudo en los bajos de un bed & breakfast limpiando la cocina y fregando los baños, aunque meses más tarde consiguió aprender a hacer pizzas gracias a un amigo italiano y encontró empleo en un restaurante italiano cerca de Picadilly.

Allí, una tarde, entró a cenar un hombre apuesto que la miró fijamente, extasiado ante su presencia. Ella bajó la mirada, pero esa misma noche -que así ocurre cuando el amor fluye por ríos incontrolados- hizo el amor salvajemente con el galán, que resultó ser australiano transeúnte en tierras londinenses.

Después de tres meses de convivencia en la ciudad, decidieron partir para Australia, en un vapor desvencijado que surcaría mares y océanos en su viaje. Cuando el barco doblaba el cabo de Finisterre, Elena, en la cubierta de estribor, lanzó una mirada nostálgica hacia la costa, como queriendo alcanzar con la vista la calle de Madrid donde vivía su hijo, su padre y su hermana, y sin olvidar ni un segundo la cara de su madre, perdida en una vida ajena en tierras argentinas.

Llegados a Sidney, casi un mes después, el australiano había descubierto que en su bagaje no solo llevaba un fardo con sus pocas pertenencias sino además un peso lastrador con boquita pintada y unos senos perfectos de los que ya se había cansado. Tanto, que en el primer tren que tomaron con destino desconocido, Elena fue abandonada sin más por un australiano indecente que bajó en la segunda estación a comprar tabaco y no volvió nunca jamás.

Reconozcamos que la historia me estaba quedando suculenta, con casi todos los ingredientes de un ficción rebuscada.

Mi amiga, de la que hablaba al principio, leyó lo escrito. Se sorprendió muchísimo e hizo una mueca de decepción. Yo esperaba una apertura de ojos deslumbrados por mi inventiva, pero… mi amiga me contó que esa historia, la que yo había escrito, no era una historia irreal, no era el producto de mi creatividad, de mi inventiva. Era una historia real, cierta, que había ocurrido en esos tiempos y lugares y de la que ella tenía conocimiento por su madre. Es más, llegó mi amiga a enojarse, pues, al parecer, esa era parte de la historia de su familia, y se preguntaba (!me preguntaba¡) de dónde había yo sacado los datos y los pormenores de la historia.

Como comprenderéis, el perplejo fui yo. No tanto por la casualidad de haber descrito, sin querer, una historia que lo era de una persona conocida, más aún querida. Mi perplejidad me llegó por el hecho de que estas vidas inventadas que tanto me costó engendrar, hubieran existido en la realidad.
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5 comentarios:

Melba Reyes A. dijo...

Querido Víctor, no tengo la menor duda de tu capacidad e inventiva para crear historias, pero desde antes de ver el final me preparaba para decirte que la historia era factible. A veces la realidad supera la ficción. Tengo una amiga -nacida aquí-cuyo abuelo, un inglés que había representado a la corona en Belice y su abuela una holandesa de apellido Spinoza (¿emparentada con el filósofo?, se establecieron aquí. Ella, después de haber tenido dos hijos los abandonó a los tres y se conocía que tuvo nueva pareja -vivía enfrente- a la que solo le permitía visitarla de 7 a 10 de la noche. El señor por su parte varios años después se fue a vivir un tiempo a California, después vinieron tres individuos diciendo que viniendo los cuatro hacia Nicaragua en barco-era lo que se estilaba entonces- el señor Vaughan había fallecido y había sido lanzado al mar- era costumbre si alguien fallecía en altamar- y que en su lecho de muerte los había declarado herederos universales a dos de ellos -Smith-(que los había adoptado en EUA) (el otro era un abogado). Es así como la familia de mi amiga fue despojada de varias propiedades y existen esas dos ramas Vaughan en Managua. Desde luego, no se relacionan.De Ripley, ¿sí?

Un abraz♥

Internautilus dijo...

Gracias, Melba, por tu comentario. Efectivamente, la vida es mucho más 'ingeniosa' que cualquier novela, supera a la ficción en multitud de ocasiones. Como supongo habrás intuido, mi entrada es todo un artificio (¿literario?) para dar a conocer una historia real; la niña que se quedó en Madrid con el padre cuidando al hijo de su hermana es conocida mía y la historia de su familia es absolutamente real, aunque se han cambiado nombres y fechas.

La historia que tú comentas el igualmente 'novelable' y estoy seguro que el mundo está sembrado de vidas cuyo desarrollo bien podrían llenar los estantes de la Biblioteca de Alejandría.

Un abrazo,
V.

fonsilleda dijo...

¡Qué cosas!, es muy cierto que no se sabe cómo, la vida a veces supera la realidad. Y no sabemos verlo y nos empeñamos en pergeñar historias y preguntarnos si serán creíbles.
Habría que actuar, quizá, como simples narradores de una realidad que tenemos al alcance de un simple giro de mirada y cabeza.

Carlos Bentabol dijo...

Victor por mi profesion he oido y he sabido de historias reales que pondrian los pelos de punta a cualquiera. De la mente de una persona podrá gestarse la historia que por más inimaginable, que parezca, seguro ha pasado ya alguna vez, o incluso peor... Muy buena la historia de desmembramiento familiar, aunque hay roturas peores. Inclusive permaneciendo la familia unida fisicamente. pues torturandose cada minuto de su existencia... hay muchas mas de las que se puede uno imaginar.

María dijo...

...¿Hay continuación?...