18.10.05

Una gran potencia...

A la gente le resulta al menos curioso que, tras los recientes sucesos meteorológicos de Nueva Orleans, un gran país como parece que es Estados Unidos se humille ante el mundo y se decida a solicitar ayuda humanitaria para paliar la devastadora acción de la naturaleza. Los detractores de la política yanki, los antiamericanos, se regodean en el sillón viendo cómo se ponen al aire los innumerables defectos de la previsión estatal, de la ineficacia de sus gobernantes y de la impopularidad que su presidente, en la cuerda floja de la opinión interna, está haciendo acopio. Por otro lado, los proamericanos no cesan de valorar positivamente la capacidad pragmática de los dirigentes para solicitar las ayudas si son necesarias y para, democráticamente, asumir sus errores.

No les falta razón a ninguno de los dos. Por un lado, Estados Unidos, ya desde septiembre de 2001, está siendo víctima de su propia política exterior, esa política de arrasamiento militar e ideológico sobre lo que considera sus enemigos y la aplicación, caiga quien caiga, de la salvaguarda de sus intereses económicos, de sus lobbies y de su pensamiento único. Y es que en la vida todo está relacionado, íntimamente relacionado, aunque aparentemente no lo parezca. Las cañas de Afghanistán, Irak, el incumplimiento del protocolo de Kioto, el desprecio por todo lo que no se asemeje al american way of life se están volviendo lanzas, pero, de manera natural, contra el pueblo americano, que es el que muere bajo los escombros de la Torres Gemelas, el que explota en los atentados del país iraquí y el que soporta los huracanes que el sobrecalentamiento del planeta producen junto a sus costas. Parece como si una venganza terrible se cerniera sobre un imperio que ha hecho mucho daño a los demás y ahora recoge las tempestades de los vientos sembrados en el pasado.

De otra parte, no sabemos si todos estos sucesos servirán para que la población estadounidense pare y se pregunte cual es su lugar en el mundo. Quizá algún día se pregunten a qué clase política están manteniendo en el poder con sus votos, a dónde les llevan y qué otras calamidades le quedan por sufrir, ellos, acostumbrados a ser el martillo del mundo, empiezan a verse como yunque.

Si la respuestas a esa reflexiones se traducen en un giro en el sentido del voto de las próximas elecciones nacionales, si deciden apoyar el bombardeo de los pueblos humildes con libros y alimentos en lugar de bombas, si terminan por apreciar que el mundo no es un cuerpo amorfo del que ellos son el ombligo, al menos, si eso se consigue, no habrá sido en balde tanta devastación. Que los muertos me perdonen.

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